Los boletos los encontró al lado de la puerta, en el piso, casi debajo de la alfombra: invitación para la gallera El Combate. No tenía remitente. Llamó a un taxi que lo llevó al lugar. Entró, y mientras caminaba, el corredor se le hacía largo e inmenso. Se sintió minúsculo, las paredes crecieron frente a él de una manera vertiginosa. Avanzaba, cuando al final visualizó una luz algo opaca y en medio de ella a dos sombras que se peleaban; eran dos hombres de aspecto muy primitivo, desnudos y ensangrentados. Aterrorizado ante tan dantesca visión, comenzó a escuchar murmullos y aletazos, y algo así como el chocar de picos. Despacio, levantó la vista hacia los banquillos. La algarabía se multiplicaba y un aletear de plumas y crestas paradas se dibujaban ante él. El horror aumentó y sintió la sangre congelársele en la venas cuando un gigantesco ojo circular y amarillo lo miraba lleno de glotonería y deseo. Se sintió como una cucaracha pegada al piso a punto de ser devorada, y aquellos ojos redondos no pestañeaban ni un instante. Quiso correr, pero se desmayó. No se acordaba de nada más, excepto que yacía en el suelo; su compadre le sacudía y trataba de despertarlo echándole agua fría en la cara. Al fin, tras de recuperar el conocimiento y sin chistar, se levantó apresurado, arrojó los boletos al piso y salió de allí como alma que llevaba el diablo, y sin voltearse. Desde entonces juró que jamás apostaría a los gallos.
¡Ay!, qué será de mi cuando ya no tenga huesos ni palabras... Me desperté, y al querer estirarme para aflojar las coyunturas, no pude hacerlo. Traté con esfuerzo de desplegar mis brazos hacia los lados, mientras intentaba abrir la boca, pero no pude moverme ni un centímetro. Me sentí como un charco sobre la cama, con los ojos bailándome en las cuencas, y la piel, puro pellejo. De pronto una risa hueca me sorprendió, y veo, lo que parecía ser mi esqueleto apoyado en la pared; y éste, de manera cínica me dijo: —Sin mí no puedes hacer nada, ¿verdad querido? —¿Pero qué haces ahí?, pedazo de huesos —le dije. Le ordené que volviera, pero el muy condenado se negaba. —Hoy es tu día libre y yo me encargaré del quehacer de la casa —me dijo con ternura. —¡Ah, sí!, ¿y cómo te las arreglarás sin mi cerebro, pedazo de fósil? —Yo también tengo mis sesos, mijito, por si no lo sabías, es una copia virtual del tuyo. Respiré su soberbia. No me quedó otro remedio que aceptar su individual...
Los gallos se vengarán y dominarán el mundo.... jaja
ResponderEliminarMe gustó la parte del ojo amarillo que lo mira con deseo.... jaja
Muy bueno...!!
Gracias, reina.
ResponderEliminar