EL CUENTOPOLITANO




“Leer literatura ya me duele un poco.”


Llevaba casi dos años en la ciudad de Cuentópolis, cuando un desaliento le mordió el corazón. Se le había escapado un cuento. Queriendo atraparlo, el novel cuentista fue atrapado.

No escarmentó. El amante de los microrrelatos se pasó la vida buscando cuentos perdidos, fundando foros, juntando a los dispersos cuentistas y arriesgando el corazón y todo lo demás en el oficio de escribir lo que desescribía. Creciéndose en el castigo, atravesó el tiempo de los grupos de escritura creativa virtual y los años de la soledad , y atravesó también las infamias, las traiciones y las intolerancias. Creía en lo que creía contra toda evidencia, y así fue, siguió siendo iluso microcuentista , hasta el fin de sus días.

Éramos muchos. Estábamos esperando en el pórtico de la ciudad de Cuentópolis. El cuentista iba ser enterrado en el dominio punto com que se alza sobre la playa de la imaginación. Llevábamos allí un largo rato, aquel lunes apático y de mucho sol, cuando unos cronos del cementerio de la ciudad de Cuentópolis llegaron trayendo a pulso un féretro sin flores ni dolientes. Y tras ese féretro entraron, en cortejo los espiritus de Poe, Chejov, Quiroga, Maupassant y Cortázar, quienes estaban esperando al cuentopolitano.

¿Se equivocaron de ataúd? Quien sabe. Era muy del cuentopolitano eso de ofrecer sus amigos al cuento que nadie leía…

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