DULCE DESEO FRUSTRADO
Cuando la pecosa y yo nos encontramos en aquel callejón, me enseñó una; y le pedí, mejor, casi le imploré, que al menos me dejara tocarla.
Y accedió…
¿Puedo darle una chupadita?
Su “NO” fue rotundo.
Y, riéndose, se echó a correr, dejándome sin probar un poquito de aquella piruleta de fresa que tanto me gustaban. Tenía para aquel entonces catorce años y fue, definitivamente, mi primera decepción con el sexo opuesto.
Ya me extrañaba. Por un segundo creí que le querías chupar una peca.
ResponderEliminarUn abrazo. :-)
ja ja yo tambien creí que le tenías ganas a las pecas de la niña.
ResponderEliminarun abrazo Rivero!!!
Si es que a esa edad no estamos para regalar lametones jajaja. Un beso
ResponderEliminarVaya, que trauma.
ResponderEliminarGracias, mi gente...;-)
ResponderEliminar¡Que gusto Héctor leerte después de tantos meses!
ResponderEliminarInteresante experiencia la que relatas en este microcuento ya que a veces experiencias como éstas afectan la autoestima.
Recibe un abrazo.
Gracias mi gente linda. Paz y abundancia para todos.
ResponderEliminar¡Hola, Isabel! Gracias por pasar. Un abrazo.
ResponderEliminarJejeje, vaya con la pecosa, ¿cómo pudo decepcionarte de esa manera?
ResponderEliminarUn abrazo
Esta pecosa era muy golosa. Mucho enseñar y poco compartir... Menos mal que no se lanzó a lo bruto a por el premio. Los niños ya se sabe... Los hay muy brutos.
ResponderEliminarTorcuato, Escarcha, Montse, Daniel, Maite, Manuel, Isabel...gracias.
ResponderEliminarYo no culparía, es pecosita!!
ResponderEliminar¿Es el mito, Juan? ... que si son pecosas son más sabrosas... Saluditos
ResponderEliminarVenía tranquilo y se endureció. Me gustó mucho. Una forma de exponer la distancia entre la realidad acuciante del necesitado de comer, y la realidad tranquila del necesitado de saber. Aunque aquí se involucra a la religión, medio absorta en resolver detalles teológicos en tanto el hambre hace estragos. ¿Y en tanto de que sirve escribir? La respuesta es de Gabriel Celaya “la poesía es un arma cargada de futuro”.
ResponderEliminarAbrazo
Me recuerda una anécdota: un día veraniego íbamos por el jardín con una niña de 6 años, hija de una amiga. Al pasar por delante de un niño de la misma edad que comía una piruleta, él se quedó mirando a la niña y alargó el brazo para ponerle la piruleta delante, ofreciéndosela. Ella muy dignamente, pasó de largo sin ni mirarle.
ResponderEliminarMe pareció precioso y cruel, otra primera decepción con el sexo opuesto.
Un abrazo Héctor
Son esos recuerdos los que llenan historias. Gracias, Anita. Un abarzo.
ResponderEliminarBuenas,vivan las piruletas y las pecas.Yo tengo muchas,jjajaaj.
ResponderEliminarSaludos
¡¡Que vivan! ...y si son rubias de ojos verdes, mucho mas!!! Saluditos.
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