En un cierto momento indefinido de su indefinida e incierta vida se había dado un traguito, dizque que "para despejar la mente y relajar el espíritu", pero terminó convertido en una botella más de las tantas desparramadas por ahí. Trató de esconder la horrenda metamorfosis untándose cola para madera, pero fue en vano. Un día, al llegar a la oficina, al sentarse, tambaleó, cayó al piso y se rompió. Todavía el conserje, con su habitual parsimonia y silbar, recoge con detenimiento los más pequeños pedacitos de vidrio, pues teme cortarse los dedos.
¡Ay!, qué será de mi cuando ya no tenga huesos ni palabras... Me desperté, y al querer estirarme para aflojar las coyunturas, no pude hacerlo. Traté con esfuerzo de desplegar mis brazos hacia los lados, mientras intentaba abrir la boca, pero no pude moverme ni un centímetro. Me sentí como un charco sobre la cama, con los ojos bailándome en las cuencas, y la piel, puro pellejo. De pronto una risa hueca me sorprendió, y veo, lo que parecía ser mi esqueleto apoyado en la pared; y éste, de manera cínica me dijo: —Sin mí no puedes hacer nada, ¿verdad querido? —¿Pero qué haces ahí?, pedazo de huesos —le dije. Le ordené que volviera, pero el muy condenado se negaba. —Hoy es tu día libre y yo me encargaré del quehacer de la casa —me dijo con ternura. —¡Ah, sí!, ¿y cómo te las arreglarás sin mi cerebro, pedazo de fósil? —Yo también tengo mis sesos, mijito, por si no lo sabías, es una copia virtual del tuyo. Respiré su soberbia. No me quedó otro remedio que aceptar su individual...
Durísima historia, me ha gustado mucho Héctor.
ResponderEliminarUn abrazo.
Muy buena historia, Héctor, la idea se sostiene muy bien estre ese querer esconder y esa rotura de vidrio que es la destrucción de la vida.
ResponderEliminarGracias, patricia y Maite. Triste realidad de la vida.
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