La bombilla
Recién casados, vivíamos hasta hace poco en una casa cómoda y amplia situada en uno de los sectores más progresivos y elegantes de la ciudad, en la calle La Luz para ser más preciso. Todo nos marchaba muy bien, nuestra rutina era tan normal y cotidiana como la de cualquier otro vecino, hasta que sucedió algo que nos cambió la vida…
Esa mañana, Lucila, mi esposa, limpiaba la lámpara del cuarto y al tocarla se fundió la bombilla. En ese mismo momento tocaron el timbre de la puerta, y para sorpresa de ella, era un pregonero.
—Hola doñita, me llamo Baphomet y vendo bombillas.
—¡Oh, pero que coincidencia, justo lo que necesitaba!
—Son de larga vida, señora, nunca más se le fundirá.
Cuando llegué a mi casa, después de un día agitado en la empresa de seguros, Lucila me dio la noticia muy contenta, pues según ella había comprado una de esas ampollas homologadas que ahorran energía y no cansan la vista.
—Muy bien, querida, es tu reino y tú lo manejas —le dije sonriente, mientras le tiraba una guiñadita.
Esa noche, cuando entramos a nuestra habitación, un fuerte olor a cloroformo nos golpeó en la nariz, y, al encender la luz, presentimos que alguien había estado allí. Nos miramos extrañados, y con mucha precaución, tomados de la mano, salimos presurosos. Una vez en la cocina, agarré un bate enorme que había guardado desde mis años mozos, le dije a Lucila que buscara el teléfono por si acaso ocurría algo y me dirigí de nuevo hacia el cuarto. Caminé despacio hasta llegar al closet, lo abrí de sopetón y para mi alivio no había nada. Suspiré y llamé a mi esposa. Reconfortados, nos reímos un rato; y cansados, decidimos irnos a dormir.
No hizo Lucila más que levantar las sábanas, cuando de pronto surgió de entre ellas el espíritu de mi suegra desencarnada. Se lanzó al piso y comenzó a dar vueltas a nuestro alrededor, mientras vociferaba una serie de palabras incoherentes. De inmediato otras sombras salieron por debajo de la cama para luego desvanecerse en el aire como pompas de jabón. Una de ellas se acercó a mí; yo sentí que me ahogaba, como si me estuviera muriendo, sin poder mover ni un músculo del cuerpo, tan sólo emitir sonidos guturales. Unos momentos después, nos vimos flotando en la habitación, y a pesar de estar la puerta cerrada, pudimos ver el corredor con todo lujo de detalles. Yo intenté atravesar la pared para llegar a la casa del vecino, pero me fue imposible, así que los dos tratamos de explorar nuestra propia casa mientras nos escuchábamos pidiendo auxilio cuanto más nos alejábamos; pero eso no nos preocupaba, puesto que sentíamos una gran sensación de libertad. Al fin llegamos a la sala y allí estaba mi difunto padre, acostado en la alfombra; le cogí del brazo y lo llamé, pero él no pudo escucharme y simplemente pasó a través de mí, y sólo me dijo:
—¡Por favor, apaga esa luz!
Lucila me miró asustada, miró la alfombra, volvió a mirarme, y después de largo rato de asombro, se calmó. Sonrió y tomó entre las suyas mi mano, temblando. Apagué el interruptor, pero para mi horror, la bombilla siguió prendida; y a cada segundo el cuarto se llenaba de espectros que brotaban de la nada. Corrí y desconecté los cables de la caja de seguridad, pero aun así no se apagaba. Desesperado busqué un martillo e intenté golpearla para hacerla pedazos, pero éste rebotó como si fuera un boomerang. La luz se hacia más incandescente y casi nos quemaba. Vencidos, abandonamos la casa temprano en la mañana y al cerrar la puerta un resplandor la cubrió. Atontados, llegamos a toda prisa a este motel. No encendimos la lámpara...
Hoy, al despertarme, noté que Lucila me miraba estupefacta y trataba de decirme algo.
—¿Qué te pasa Lucy? , dime, por favor… —le pregunté, angustiado.
Ella agrandó los ojos y toda temblorosa me dijo:
—¡Ay, Luzardo!...esto...esto no es un motel…
— ¿Qué dices?
—Es una funeraria y se llama Baphomet…
Entonces caí en cuenta: cuando entré a la cocina a buscar el bate sentí un leve olor a gas, pero con la confusión lo olvidé…
Ahora somos caminantes en la luz, y aunque estemos muertos, también soñamos.
Querido, tienes un gran imaginación, sí señor. Veo que los cuentos fantásticos son tu fuerte, no por ello fuiste finalista en un concurso de relatos de este género.
ResponderEliminarUn beso,
Anabel, la Cuentista