CUENTOS INFANTILES


La vaquita voladora
Érase una vez una vaca muy particular que tenía  una estrellita en la cabeza y le pertenecía al niño Victor , el hijo de don Toribio, el dueño de la finca  que vivía en Hatillo, Puerto Rico.
Al  niño le encantaba  ir al prado temprano por la mañana para jugar con Marcela, que así se llamaba la vaquita . Ésta, al verlo llegar,  abría sus enormes ojos  y lo saludaba con un “muuu” muy especial. Aunque algo travieso, pero de noble corazón,  el niño a veces le gustaba hacerle bromas a la vaca. Una de ellas consistía en amarrarle  una campanita en el rabo para que ésta al moverse hiciera ruido y se asustara; pero lo más que deseaba Victor era que Marcela echara alas, como en los cuentos de hadas, para él montarla y viajar. Todas las noches soñaba con eso.
Y sucedió. Una mañana, muy temprano, cuando todavia estaba ocuro y el gallo no había cantado, Victor salió con su linterna y notó unos muñones en el lomo de la Marcela. De pronto, ante sus asombrados ojos, le crecieron dos enormes alas y comenzó a elevarse. El niño, asustado porque  su deseo se habia hecho una realidad, corrió a avisar a su papá, pero éste se habia ido en el camión a repartir la leche, consciente de que  el producto que  distribuía  ayudaba  al crecimiento económico de su familia y al país;  además de ser una rica fuente de vitaminas y minerales para la gente. Victor se quedó parado por un  momento sin saber que hacer. Al rato Marcela aterrizaba, y al pararse cerca de él, dobló las dos patas frontales para que el niño se subiera sobre su lomo. Victor, confiado, se agarró de los cuernos y  echaron  vuelo. Desde las nubes Víctor contemplaba la belleza de los ríos, los pueblos iluminados y montañas de Puerto Rico.  Luego, cansada, la vaca regresó a  la finca, antes de que saliera el sol.
Contento y satisfecho, el niño guardó su secreto, pues cada vez que Marcela aterrizaba, se le desaparecían las alas de  inmediato, y solo se le notaban dos pequeños hoyitos.
Pasaron los años y un día Victor se sintió diferente, ya no iba a ver la vaca, sino que las chicas despertaron en él un nuevo interés. Como por arte de magia, a Marcela ya no le crecieron las alas y mientras Victor iba al cine con su novia, los vecinos del barrio  se sentían aliviados pues ya no encontraban  aquellas grandotas defecaciones a las que llamaban “bizcochos”,  que aparecían todas las mañanas en los patios de sus casas, y hasta en las cabezas de mucha gente.
Don Toribio continuaba con su trabajo de distribuir la leche. Una mañana mientras paseaba observó dos pequeñas protuberancias en el lomo de la vaca, pero no le dio mucha importancia y pensó que la pobre Marcela ya estaba vieja.
Victor creció tomándo siempre mucha leche, hasta hacerse un hombre hecho y derecho, y se casó con su pimera novia. Por eso amiguito, si quieres soñar en grande  toma mucha leche.
Y colorín colorado, este cuento se ha ordeñado, perdón, se ha acabado.

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