Nunca se supo cuando
comenzaron, lo cierto es que fueron reproduciéndose por millares hasta que
llenaron todos los recovecos del planeta; se mezclaban entre la multitud y
entraban a las casas, a los edificios, aun entre las camas de los amantes se
confundían; pero no hacian daño alguno.
Eran solo sombras oscuras sin rostro definido y tan indiferentes como hojas
secas al viento. El mundo se fue acostumbrando a ellas, eran casi trasparentes
y se iluminaban de noche con luz de
luna. Solamente cuando llovía, las sombras se diluían entre las gotas y se marchaban al cementerio más cercano…
¡Ay!, qué será de mi cuando ya no tenga huesos ni palabras... Me desperté, y al querer estirarme para aflojar las coyunturas, no pude hacerlo. Traté con esfuerzo de desplegar mis brazos hacia los lados, mientras intentaba abrir la boca, pero no pude moverme ni un centímetro. Me sentí como un charco sobre la cama, con los ojos bailándome en las cuencas, y la piel, puro pellejo. De pronto una risa hueca me sorprendió, y veo, lo que parecía ser mi esqueleto apoyado en la pared; y éste, de manera cínica me dijo: —Sin mí no puedes hacer nada, ¿verdad querido? —¿Pero qué haces ahí?, pedazo de huesos —le dije. Le ordené que volviera, pero el muy condenado se negaba. —Hoy es tu día libre y yo me encargaré del quehacer de la casa —me dijo con ternura. —¡Ah, sí!, ¿y cómo te las arreglarás sin mi cerebro, pedazo de fósil? —Yo también tengo mis sesos, mijito, por si no lo sabías, es una copia virtual del tuyo. Respiré su soberbia. No me quedó otro remedio que aceptar su individual...
MAESTRO. Has dado un nuevo significado poético a la sombra. Bravo.
ResponderEliminarLa sombras no hacen daño si uno no se deja atormentar.
ResponderEliminarMe gustó tu poético micro.
Un abrazo, Héctor.
Gracias.
ResponderEliminarNunca había pensado que cuando morimos nuestras sombras quedan vagando sin dueño... me dio tristeza... :(
ResponderEliminarGracias, Reina :)
ResponderEliminar