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TODO LO QUE SUBE…


Hacía lo que le gustaba, hasta que la fortuna lo tocó con el dedo una mañana gris y se convirtió como por ensalmo en un prestigioso escritor de minificciones. Subió al escenario, y sintió las miradas del público sobre él. No eran ojeadas normales; eran ojos mirones que le hacían sentir mejor que cualquiera de este mundo, aunque no lo fuera ni de lejos. No tardaron en llegar las envidias con sus máscaras verdes; los fanáticos con sus obsesiones de imitarlo; los falsos aduladores y críticos; los paparazis; la gente interesada, y lo peor, su propio ego, que de repente le dio un botellazo. Cayó de bruces entre la multitud que lo insultaba, y entre escupitajos se marchó para su casa a escribir este triste microrrelato.

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