DULCE DESEO FRUSTRADO
Cuando la pecosa y yo nos encontramos en aquel callejón, me enseñó una; y le pedí, mejor, casi le imploré, que al menos me dejara tocarla. Y accedió… ¿Puedo darle una chupadita? Su “NO” fue rotundo. Y, riéndose, se echó a correr, dejándome sin probar un poquito de aquella piruleta de fresa que tanto me gustaban. Tenía para aquel entonces catorce años y fue, definitivamente, mi primera decepción con el sexo opuesto.