Esa tarde del viernes Simón no encontraba nada que hacer, se sentía aburrido y aletargado. Mientras su mujer se entretenía desollando unos pescados, él daba vueltas por la casa con su tazón de vino en mano. De súbito se escuchó una algarabía procedente de la calle. Curioso, Simón se asomó por la ventana y vio que una multitud vociferante y estruendosa s e acercaba. ―Simón, deja de estar curioseando y ven ayúdame con los pescados ― le dijo su mujer, airada. Pero, Simón, más curioso que el gato, deseó saber qué era lo que ocurría, y lanzándose por la ventana corrió hasta donde estaban las personas. Una babel de voces se escuchaba profiriendo palabras obscenas y gritando. Entre una hilera de centuriones, Simón podía entrever a un hombre muy joven que cargaba un madero en su hombro, mientras recibía latigazos para que avanzara. Aumentando su curiosidad, y pensando que al fin algo divertido sucedía, se fue acercando a empujones, más y más. Cuando pudo llegar, vio a un joven que cargaba u