SALA DE EMERGENCIA



Estás en la ambulancia, en uno de esos días huérfanos de sueños; tu frente arrugada, pegada al cristal opaco y húmedo. Contemplas como se aleja el paisaje; cinta de celuloide tan indiferente y lejana, ajena a tu dolor y a las pupilas de los ojos que ya no miran hacia afuera.
El viaje se te hace lento y te distrae el ir y venir de la gente adormecida, que salen apresurados de los centros comerciales con sus miserias escondidas en bolsas de plástico y con máscaras atadas al lomo de sus espaldas.
Sientes que nada tiene razón de ser cuando llegas con ese ser querido a una sala de emergencia: “una sola manera de nacer y muchas formas de morir”, piensas.
Tu espacio y tu tiempo no es tuyo hasta que no lo compartes.
¿Y ahora a dónde irá lo que has compartido, lo que se va si ya no te es útil y no ofrece vida?Las pretensiones se esfuman en una sala de emergencia.
Y deseas muy adentro en el corazón que se abra una puerta, tal vez la última y la definitiva…

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