Delirium tremens


Frente a ti, un hombre con un litro de ron, espera su turno en la fila de pago. Lleva pantalón caqui y camisa crema. Sus ojos denotan cansancio. Por lo reseco de sus manos asumes que es un obrero; indudablemente un carpintero o albañil de algunos cincuenta años. Hoy ha trabajado mucho. Cree que merece una recompensa, piensas. Cabizbajo se adelanta en la fila. De vez en cuando mira hacia los lados. Sus manos se agarran con más fuerza al litro con el preciado líquido, hoy llegará tarde a su casita de madera y cinc situada en lo alto del barrio, cerca de la quebrada. Apenas se de el primer trago, comenzará la metamorfosis. Su compañera, una mujer analfabeta, pero dulce y dedicada a sus hijos, ha puesto en la olla las habichuelas, pero espera que él traiga la bendita mestura, tal vez bacalao o alas de pollo. Tienen siete hijos; tres machitos y cuatro hembras. El segundo, un adolescente flaco y tímido, de mirada sensitiva, es quien vigila y cuida que su padre no se ausente, y observa el camino por donde ha de llegar tambaleante con su litro de ron, pues ya el otro litro se lo ha bebido con amigo que encontró por el camino. “Tal vez nos traerá chocolates”, pensará el muchacho. Pero no es el padre de los chocolates el que se acercará sino el otro, el “endemoniado”.
La casa es pequeña. En un cuarto las hembritas y la madre duermen hacinadas en una cama mediana. Al lado de esta cama, un camastro sirve de lecho a los tres varoncitos. En la cocina, al lado de la mesa esta la cama del padre.
El hombre llegará a la casa vociferando y maldiciendo su situación. Se dirigirá hacia su mujer y la golpeará. Tomará el plato de comida y lo arrojará al suelo. Los pequeños comenzarán a llorar. El hijo mayor tratará de aguantarlo pero no podrá con su fuerza. Toda la noche el hombre se la pasará gritando, maldiciendo y cantando palabras obscenas. El hijo temblará angustiado, no podrá dormir ni concentrarse. El padre vomitará diciendo que una docena de diablejos y monitos lo están acechando, y allá va el muchacho a espantarlos con una escoba y a limpiar los vómitos. Luego comenzará a cantar: “yo estaba dormido y salí soñando que el Diablo estaba suelto y me andaba buscando...”
Así transcurrirán cuatro días.
Al quinto día el adolescente se levantará con sueño y se marchará otra vez para el colegio. Dejará a su padre en la cama. Ha comenzado su primer año, pero no sabrá que hacer. Pasará el día desorientado, como envuelto en un manto negro; ensimismado, callado y aislado de sus compañeros de estudio, no participará, apenas sonreirá. Se sentirá avergonzado y contrariado. Sus ojos piden a grito algún tipo de ayuda, pero no logra salir del túnel oscuro en que se ha sumergido.
Deprimido, llegará a su casa por la tarde para enterarse de que su padre se lo habían llevado para el hospital y que murió en el camino de un ataque al cerebro. El adolescente arrojará sus libros al suelo y se encerrará en una pequeña casita que sirve de ducha y letrina a la familia.
Su madre, resignada y aliviada le dirá: “To’ está bien mijo, ya no se puede hacer na’, lo peor pasó”.
Tres meses más tarde, el muchacho caminará sin rumbo y sin sentido por las calles del pueblo. Un primo lo recogerá y lo llevará a una clínica de salud mental. Allí será diagnosticado con una depresión severa, complejos de inferioridad y de culpa, y una terrible ambivalencia.
Un hombre con un litro de ron frente a ti en la fila de pago: recuerdos de tu padre avasallan tu mente.
Cuando eras pequeño te traía chocolates y te acariciaba la cabecita… ¿Qué le pasó? Buscas en el fondo de ti una contestación...y no la encuentras.

Comentarios

  1. Que lindo Blog, lo conseguí gracias a mi amigo Nelson Urra, me faltará tiempo para leer tantas cosas lindas que tienes aquí.
    Saludos

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